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Alertan que el Estado Islámico podría infiltrarse en América Latina

04 mayo 2018
Noticias de Yucatán. Noticias de Hoy
Noticias de hoy

El Estado Islámico intensifica sus esfuerzos para crear "posiciones de reserva" en diferentes regiones del mundo, incluida América Latina, advirtió el vicedirector del Departamento de Nuevos Desafíos y Amenazas del Ministerio de Exteriores de Rusia, Dmitri Feoktístov, en la 18.ª sesión del Comité Interamericano de Lucha contra el Terrorismo.
Según alertó Feoktístov, "existe el peligro" de que en el territorio de países de América Latina y el Caribe "aparezcan campos de entrenamiento para yihadistas" y de que "se establezcan contactos" entre terroristas y grupos criminales y cárteles de la droga locales.
"No queremos que se convierta en una epidemia"
El vicejefe del departamento también expresó su preocupación por "la intensificación de las actividades de reclutamiento de los extremistas", especialmente en los países del Caribe, "donde hay una alta proporción de ciudadanos que profesan el islam".
Feoktístov matizó que los casos de reclutamiento son hasta ahora esporádicos. "Pero no queremos que se conviertan en una epidemia", enfatizó.
Con el fin de prevenir este escenario, el diplomático presentó una serie de propuestas a los participantes del evento. En particular, sugirió a los países latinoamericanos unirse al Banco Internacional de Datos del Servicio Federal de Seguridad de Rusia contra el Terrorismo, que contiene información sobre 89 organizaciones terroristas y más de 11.000 combatientes extranjeros.
Feoktístov destacó también que Rusia está dispuesta a facilitar capacitación a oficiales de inteligencia, así como llamó a los países participantes a que consideren la posibilidad de unirse a la Convención de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) sobre la lucha contra el extremismo.


Guerrilleros amenazan con actuar si hay fraude electoral

25 abril 2018
Noticias de Yucatán

Chilpancingo, Guerrero.- El grupo guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Liberación Popular (FAR-LP) amagó con accionar en caso de que la oligarquía y los poderes fácticos realicen un fraude electoral en las elecciones del 1 de julio.
En un comunicado, el grupo señaló que sus integrantes ven con reserva los comicios.
Destacó que la ciudadanía creyó en en las elecciones en 1988 y 2016, cuando, dijo, el gobierno se burló de la voluntad popular y los candidatos despojados del triunfo, Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, no supieron defenderlo.
Las FAR-LP indicaron que hoy la historia amenaza con repetirse, ya que el pueblo está desbordado a favor de López Obrador porque promete un cambio verdadero.
Sin embargo, señalaron que no advierten la organización que se requiere para defender el triunfo en caso de un fraude electoral.
"Los partidos que impulsan esa candidatura han puesto más empeño en disputarse las candidaturas que en organizar al pueblo", refirieron.
Las FAR-LP sostuvieron que no ven en el discurso de las campañas el castigo a los responsables de las masacres de Tlatlaya, El Charco, Aguas Blancas, el compromiso de decir la verdad sobre Ayotzinapa, ni los casos de cientos de luchadores sociales asesinados o desaparecidos.
El grupo guerrillero indicó que no descalifica la lucha electoral, pero sí se deslinda de la que se da en las condiciones de corromper la voluntad popular con la compra de votos mediante dinero, despensas, láminas de cartón o tinacos.
Según el grupo guerrillero que hizo su primera aparición pública en 2013 en la Sierra de Guerrero, esta organización está creciendo a pesar de la presencia de las agrupaciones del crimen organizado.
Con información de Reforma.

La revolución sin balas de la hija del guerrillero

12 marzo 2018
Noticias de Yucatán

BOGOTÁ (Proceso).- María José Pizarro tenía 12 años cuando su padre, el exjefe guerrillero y candidato presidencial del M-19, Carlos Pizarro, fue asesinado por un sicario; recibió 15 tiros durante un vuelo comercial entre Bogotá y Barranquilla.
Desde entonces ella ha buscado un lugar en el mundo en el que quepan las aspiraciones progresistas de su generación –energías limpias, igualdad de género, derechos sociales– y las utopías revolucionarias que defendió su padre, primero con un fusil en la mano y después en el escenario electoral, en el que lo mataron a la mala.
Hoy, 28 años después de ese magnicidio que cimbró a Colombia, María José Pizarro parece haber encontrado el punto de confluencia entre su historia familiar y su visión de futuro: la actividad política.
Colombia tendrá elecciones legislativas el próximo domingo 11 y la hija del asesinado comandante guerrillero es candidata a la Cámara de Representantes (diputados) por Decentes, una coalición liderada por el excompañero de armas de su padre, Gustavo Petro.
“Creo que Colombia necesita una revolución cultural que tenga como ejes la consolidación de la paz, la reconciliación nacional, la lucha contra la desigualdad y la protección de nuestros niños y nuestros jóvenes. Esto lo podemos impulsar desde el Congreso”, dice María José a Proceso.
Según sondeos, la candidata de Decentes tiene altas posibilidades de convertirse en representante, lo que le permitirá, dice, impulsar esos temas a nivel legislativo. Y otro más que la obsesiona: la recuperación de la memoria.
“Para que las guerras que hemos vivido no se vuelvan a repetir –asegura– hay que tenerlas siempre presentes. Yo aprendí la importancia de la memoria cuando empecé a rescatar la historia de mi padre.”
“Mucha rebeldía”
De hecho, fue ese trabajo el que la comenzó a acercar a la actividad política. Durante gran parte de su vida, María José trató de eludir ese llamado.
Al cumplir 18 años decidió ser una hippie y recorrer Sudamérica con una mochila de excursionista y una perra llamada Libertad. A los 22 regresó a Colombia, estaba embarazada y fue mamá. Y dos años después, tras recibir amenazas de muerte, se exilió en España con su pequeña hija Maya.
“Yo estaba muy perdida, estaba buscando algo y no lo encontraba. Tenía muchas preguntas y dolores, mucha rebeldía, preguntas sobre la vida que me había tocado vivir y cosas que yo sola tenía que tramitar”, dice María José en la amplia sala de su departamento en el tradicional barrio bogotano de Teusaquillo.
En Barcelona se ganó la vida limpiando casas y se formó como diseñadora y artista plástica.
En 2010 regresó a Colombia y montó en el Museo Nacional la exposición “Ya vuelvo”, una muestra documental y audiovisual de la vida de su padre, Carlos Pizarro, quien como comandante del M-19 condujo a esa guerrilla hacia un acuerdo de paz con el gobierno colombiano.
En los últimos siete años, la candidata a la Cámara de Representantes fue madre por segunda vez –su hija menor se llama Aluna– y se dedicó a trabajar con víctimas del conflicto armado en el Centro Nacional de Memoria Histórica.
Hace unos meses la representante (diputada) Ángela María Robledo, una reconocida activista por la paz y los derechos humanos, la convenció de postularse al Congreso.
–¿Por qué la hija de Carlos Pizarro quiere ser congresista? –se le pregunta a María José.
–Porque tengo una formación política heredada de mi padre y de mi madre (Myriam Rodríguez, que también fue guerrillera del M-19). A partir de ahí empieza a tejerse mi propio pensamiento. Yo reivindico esa herencia y el derecho a la paz y la vida como valores supremos.
Colombia atraviesa por un periodo de polarización política en el que un segmento del país se opone a los acuerdos de paz con la exguerrilla de las FARC. Hay colombianos a los que no les gusta que los exjefes rebeldes participen en política y paguen sus delitos graves con penas alternativas a la cárcel.
María José está convencida de que la única vía para la reconciliación nacional es cumplir los acuerdos de paz y salir de la polarización.
“Aquí –dice– no se trata de que los que defienden la paz son comunistas o, como dice la derecha, ‘castrochavistas’. Yo no soy comunista, mi padre nunca lo fue. Soy cercana a la socialdemocracia y no me gustan los radicalismos.”
Considera que las revoluciones del siglo XXI deben ser, esencialmente, culturales, y que los políticos deben tener “los pies puestos en la calle”.
Eso, asegura, “lo aprendí de mis padres”.
El M-19 siempre fue una guerrilla diferente al resto de organizaciones insurgentes de América Latina. Nunca reivindicó el marxismo como su ideología rectora. Y estaba más influenciada por el pensamiento anticolonialista de Simón Bolívar que por el ¿Qué hacer?, de Lenin.
En especial los cuadros más jóvenes, como Carlos Pizarro, veían en Bolívar un referente y leían a autores de ciencia ficción, como Ray Bradbury, Iván Efremov y Olaf Stapledon. También a los escritores de la generación del boom latinoamericano, en especial a Gabriel García Márquez.
María José recuerda que Cien años de soledad marcó tanto a su padre, que en sus años de clandestinidad llegó a utilizar el nombre de Aureliano, por el coronel Aureliano Buendía de la novela de García Márquez.
Incluso, el jefe guerrillero decía que él era como ese personaje literario, un coronel que había peleado 100 batallas y no había ganado una sola, y que al igual que Aureliano, quería morir en un taller de orfebrería fabricando pescaditos de oro, porque eso le ayudaría a olvidar los horrores de la guerra.
Cuando estudió diseño en Barcelona, María José hizo el pececito de oro que nunca pudo fabricar su padre, a quien considera “un rebelde en el sentido más amplio de la palabra”.
Carlos Pizarro, hijo del vicealmirante de la Armada colombiana Juan Antonio Pizarro, estudió derecho en una universidad jesuita de la que fue expulsado por organizar una huelga. En 1971 se unió a la guerrilla de las FARC, de la que salió dos años después desencantado por el dogmatismo del alto mando.
En 1973, fue uno de los fundadores del Movimiento 19 de Abril (M-19), una guerrilla que en sus 17 años de existencia dio golpes de gran repercusión mediática, como el robo de 5 mil armas en una guarnición militar (1978), la toma de la embajada de República Dominicana en Bogotá durante una recepción diplomática (1980) y el asalto al Palacio de Justicia (1985), una acción criticada después por el mismo Pizarro.
“Mi padre –dice María José– se rebeló contra su clase social, contra la educación privada, contra el mundo militar que representaba mi abuelo, contra las FARC y, por último, contra la guerra. Por eso fue que optó por la paz. Tenía una gran capacidad para reinterpretarse.”
Como jefe máximo del M-19, Carlos Pizarro firmó un acuerdo de paz con el gobierno del presidente Virgilio Barco el 9 de marzo de 1990.
El 19 de abril de ese año, Pizarro fue proclamado candidato presidencial de la Alianza Democrática M-19, el partido político surgido de la recién desmovilizada guerrilla.
La paz de las Mini-Uzi
María José acababa de cumplir 12 años cuando su padre se convirtió en candidato presidencial.
En esa campaña electoral ya habían sido asesinados tres aspirantes a la presidencia de Colombia: los izquierdistas Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo y el disidente liberal Luis Carlos Galán. Todos ellos eran opciones de cambio. En todos esos atentados, los sicarios usaron metralletas Mini-Uzi con capacidad para disparar 10 proyectiles de 9 milímetros por segundo.
Atrás de esos magnicidios estaban el narcotráfico, la ultraderecha paramilitar, agentes del Estado y grupos políticos ultraconservadores que veían en esas candidaturas un riesgo para la inamovible élite liberal-conservadora que había gobernado el país durante décadas.
“Todo el mundo decía ‘van a matar a Carlos’ –recuerda María José–, hasta él mismo lo decía. Pero yo, como niña, pensaba que ya había terminado la guerra, que ya se había acabado el peligro y que íbamos a poder tener una vida normal.”
La mañana del 26 de abril de 1990 María José presentaba un examen de matemáticas en el Liceo Francés de Bogotá, donde estudiaba, cuando el director ingresó al aula y dijo que necesitaba hablar con María José Pizarro.
“Me asusté mucho –relata– porque yo usaba otro apellido, Barón, por motivos de seguridad, y al escuchar ‘Pizarro’ pensé: ‘Ya nos descubrieron, algo tuvo que haber pasado’. Yo alcé la mano con miedo y él me dijo que lo acompañara a la dirección.”
En la oficina del director estaban Myriam, la madre de María José, y Carmen Lidia Cáceres, viuda de Álvaro Fayad, comandante del M-19 asesinado en 1986. Las vio llorar desde el umbral de la puerta y ahí supo que habían matado a Carlos.
Las tres mujeres se dirigieron a la Caja de Previsión Social, donde los médicos intentaban reanimar al excomandante guerrillero, quien había recibido 15 tiros de Mini-Uzi en el cuello y la cabeza.
“Cuando llegamos a la clínica vi los charcos de sangre en el piso. Apenas entramos, él fue declarado muerto. Desde que recibió los balazos había quedado inconsciente.”
Esa mañana muy temprano Carlos Pizarro y sus 20 escoltas –algunos de ellos, exguerrilleros de su confianza y otros, proporcionado por el DAS, la sórdida policía secreta– habían tomado un vuelo de Avianca con destino a la caribeña Barranquilla, donde se realizaría un acto de campaña.
A los cuatro minutos de vuelo, un joven pasajero se levantó al baño, donde estaba el arma. Salió con ella y fue directo hacia el excomandante insurgente, a quien le disparó a quemarropa. El escolta Jaime Ernesto Gómez, del DAS (Departamento Administrativo de Seguridad), mató de inmediato al sicario. Según la fiscalía, lo hizo “para garantizar la impunidad” del crimen.
La vida de María José, que desde su nacimiento había sido “azarosa”, según ella misma dice, se complicó aún más.
“En esas circunstancias –dice–, por mucho que uno busque respuestas, no existen. Y las condiciones económicas, que siempre fueron complicadas, empezaron a ser más difíciles.”
La tregua
María José Pizarro cumplirá 40 años el próximo viernes 30. Ella espera que para entonces ya sea una congresista electa. Eso sería como una tregua para la hija del jefe guerrillero que optó por la paz. A ella siempre le han sido esquivos los periodos de tranquilidad.
Era una bebé cuando sus papás cayeron presos y fueron sometidos a torturas por el robo de 5 mil armas en la guarnición militar bogotana Cantón Norte. Sus tres primeros años los vivió con sus abuelas materna y paterna, entre Cali y Bogotá. Luego vivió en Cuba y Nicaragua, con su mamá y, ocasionalmente, con su papá. Y después de nuevo en Cali.
Cuando Myriam, su madre, dejó la guerrilla, en 1984, se radicó con ella en Bogotá, pero un año después, con la toma del Palacio de Justicia por parte de un comando del M-19, las dos fueron amenazadas de muerte y viajaron a Cuba. Luego a Madrid y a París, donde se reencontró con su abuela paterna, Margoth Leongómez.
Su niñez, dice, tuvo memorables momentos felices gracias al amor de sus abuelas, la convivencia con sus primos y las temporadas que pasó con sus padres.
“Pero también hubo momentos de gran tristeza por las largas ausencias de mis padres”, asegura.
Una noche antes de la muerte de Carlos Pizarro, María José y su hermana Claudia –seis años mayor que ella e hija de crianza del excomandante guerrillero– fueron a cenar con sus padres, amigos de la familia y dirigentes del M-19 a un restaurante bogotano.
En algún momento de la velada, Carlos llamó aparte a las niñas y les dijo: “A mí me van a matar muy pronto. Por favor no me olviden”. Claudia le preguntó si en sus actos de campaña se estaba poniendo el chaleco antibalas que le había dado el DAS.
“Eso no sirve para nada –le respondió–, los que me quieren matar me van a matar de un tiro en la cabeza.”
Horas después, Carlos Pizarro estaba muerto.

Surge IRIS, nuevo grupo guerrillero en México

17 marzo 2016
Desde principios de febrero, en redes sociales comenzó a circular un vídeo de unos cuantos segundos de un grupo de hombres con escopetas de caza y cubiertos del rostro reivindicando acciones de insurgencia social en Michoacán, ante el fracaso de la estrategia militar y policiaca del gobierno de Enrique Peña Nieto que sólo descabezó a “Los Caballeros Templarios” pero no terminó con la violencia y el poder del crimen organizado que ahora tiene otros nombres, pero sigue siendo lo mismo, de acuerdo con el semanario “Proceso”.
El grupo se hizo llamar IRIS (Insurgencia por el Rescate Institucional y Social) y la primera reacción del gobierno de Silvano Aureoles fue decir que eran una broma, mientras que la Iglesia advirtió que eran delincuentes y la reacción de otros sectores sociales fue decir que era un nuevo grupo del crimen organizado.
“No es una broma”
En un nuevo vídeo, más extenso, este grupo de hombres embozados advirtió que no son “llamarada de petate ni una broma, sino una expresión de la sociedad michoacana harta nuevamente de la violencia, de las bandas criminales que hacen lo que quieren, de la ineptitud y nulidad del gobierno perredista de Silvano Aureoles, del poder del ex comisionado Alfredo Castillo que envió a gente del Estado de México a gobernar Michoacán, y de la crisis social que se vive en esta entidad”.
Este grupo se deslindó de los nuevos grupos criminales como “La Nueva Familia Michoacana”, “Los Viagras”, “El H3”, así como de los remanentes de “Los Caballeros Templarios”, que una vez más han tomado el trasiego de las drogas y la producción de metanfetaminas a pesar de que el gobierno federal dijo que ya no existían esos flagelos.
Integrado por académicos, pequeños empresarios, campesinos, estudiantes, historiadores, entre otros, IRIS irrumpe en el complicado escenario de crisis en Michoacán reivindicando un clamor generalizado por acabar con la corrupción entre la clase política que se ha asociado con el crimen organizado y sentar las bases de una insurgencia social que ponga un alto a lo que ahora llamamos “crimen institucionalizado”, dijeron.

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